Discurso de Lucas Llach en la apertura de la 50º Asamblea Anual de la Federación Latinoamericana de Bancos (FELABAN)

Buenos días. Agradezco a las autoridades de FELABAN por esta invitación. Y, sobre todo, agradezco la oportunidad para darle la bienvenida a amigos de la industria de todo nuestro continente. Los recibimos con la convicción de que van a percibir una Argentina diferente a la de los últimos años, una Argentina que puede mirar al mundo con confianza y ser mirada por el mundo con confianza. Y, más importante aún, una Argentina que mira con mucha, muchísima confianza hacia su propio futuro. Porque lo construye cada día.

Me gustaría aprovechar estos minutos para hablarles cara a cara, de un Banco Central a los regulados por bancos centrales. Una conversación de Banco a bancos. No hace falta que les diga lo que saben de memoria, la importancia que los bancos tienen para el desarrollo de cada uno de nuestros países. Lamentablemente en el imaginario popular el banquero todavía es visto como el del Monopoly: el señor que te puede mandar a la quiebra. O, como decía Mark Twain, el hombre (o mujer, agregaríamos hoy) que te da un paraguas en el día de sol y te lo quita cuando llueve.

Nosotros trabajamos cada día para que cada banco y cada banquero pueda sentirse como lo que seguramente es su vocación: el proveedor de un doble servicio a la comunidad, un auténtico win win: cuida y hace rendir los ahorros del que tiene capital, pero no una necesidad de utilizarlo; y busca al que tiene buenas oportunidades para aplicar ese capital, pero carece de él.

¿Cuál puede ser la contribución de un Banco Central a ese rol y esa vocación que todos queremos para los bancos, las banqueras y los banqueros? Hay, creo, esencialmente dos contribuciones: la primera es ayudar a una macroeconomía estable; la segunda, asegurar con su regulación un sistema financiero seguro y competitivo. Déjenme referirme un par de minutos a cada una de estas dimensiones, con una perspectiva argentina.

Primero, sobre la cuestión macroeconómica. Lamentablemente, los argentinos tuvimos que aprender por las malas, en carne propia, cómo una mala macroeconomía puede limitar y hasta destruir el desarrollo del sistema financiero.

Y por eso tenemos algunas lecciones grabadas a fuego. Aprendimos que en una macroeconomía hiperinflacionaria los bancos poco menos que desaparecen; que en una macroeconomía con contratos atados a una divisa internacional pero capacidad de pago asociada a la moneda propia, los contratos son condicionales y, en última instancia, de cumplimiento improbable; aprendimos también que en una economía de inflación alta y persistente y tasas nominales fijadas muy por debajo de esa inflación con instrumentos monetarios o regulatorios, el sistema financiero se atrofia, y el capital grande o pequeño se muda a otras latitudes y a otras monedas.

Y el mundo desarrollado en los últimos años también nos ofrece lecciones por las malas: prestémosle atención a las burbujas en los activos, aunque sea tan difícil detectarlas a tiempo; cuidado también con acercarse a la deflación y a la perspectiva de tasas nominales de interés negativas, que también tienden a la desintermediación financiera.

Felizmente para nuestro país, también tenemos lecciones de salud macroeconómica; y las tenemos más cercanas, por geografía y por relevancia. Felizmente tenemos a América Latina. En la tarea de reconstrucción macroeconómica de estos meses, no hay casi dimensión en la que el Banco Central argentino no se haya inspirado en ejemplos latinoamericanos. Elegimos el camino de combatir la inflación con un sendero descendente de metas, aun partiendo de inflaciones de dos dígitos, como Chile, Colombia o Brasil. Elegimos un régimen de cambio flotante, como casi todo el continente. Elegimos promover el crédito en moneda local, y con la posibilidad para plazos largos de contratos protegidos de la inflación, de nuevo como Colombia, Uruguay o Chile. Elegimos una política de tasa de interés de referencia, como en buena parte de América Latina, que no sólo busca combatir la inflación sino también dar una señal clara al ahorrista de que tendrá en el sistema financiero un rendimiento real positivo, y más estable que si ahorra en otra moneda.

Todo eso constituye la esencia de lo que podríamos llamar la “estrategia monetaria latinoamericana” del Banco Central argentino. Y la llamo latinoamericana, aunque muchos rasgos sean compartidos en otras latitudes, porque sólo este continente tuvo que recorrer un camino tan desafiante de desdolarización, desinflación y reintermediación financiera. Creemos que esta latinoamericanización saludable de la macroeconomía argentina ya está empezando a dar sus primeros frutos, en el contexto económico general y en particular en su sistema financiero.

Y añado ahora unos breves comentarios sobre el otro aporte de un Banco Central, que es el de regulación. Miren: es muy desafiante regular el sistema bancario. Sobre todo, si uno lo quiere hacer bien. Por supuesto, es fácil regularlo mal, a saber: con ideología. Es fácil regularlo mal con la ideología de los que creen en la igualdad irrestricta entre “mercado desregulado” y “mercado eficiente”. Y es fácil regularlo mal con la ideología de “si un mercado es importante, debe estar regulado hasta el mínimo detalle”. Regular bien al sistema bancario quiere decir, creo, tener en cuenta los criterios elementales que la ciencia económica considera “fallas de mercado”, y buscar corregirlas para que se parezca lo más posible a un mercado funcionando en ese paraíso de los economistas que se llama “competencia perfecta”.

Desafortunadamente para el regulador (aunque le hace un poco más interesante el trabajo), el mercado bancario es uno pasible de sufrir casi todas las fallas de mercado, es decir, las características del bien o servicio que hacen que, librada a sus propias fuerzas y sin regulación, la industria no pueda alcanzar su máxima eficiencia.

Por ejemplo: el mercado libre no es completamente eficiente si hay externalidades (es decir, si lo que ocurre en una transacción puede impactar sobre terceros) y en el sistema bancario puede haberlas. Puede haber externalidades de las buenas y de las malas. De las buenas porque, por poner un ejemplo, a medida que se desarrollan pagos bancarizados mejora la seguridad ciudadana, se reducen costos de transacción, se talan menos árboles para fabricar billetes, se incluye en la economía formal a personas y actividades excluidas, e incluso mejora la eficiencia del propio sistema bancario. Por eso tiene sentido un impulso particular del regulador a los pagos bancarizados. Pero también puede haber externalidades de las malas. Ejemplo: un problema de solvencia en un banco puede afectar a otros y volverse sistémico. De allí que sea eficiente la intervención del regulador con sus criterios de solvencia y de liquidez; allí sí tenemos un buen ejemplo argentino, una verdadera política de Estado cuyo último jalón fue la reciente aprobación de nuestra regulación bancaria como consistente con los criterios de Basilea III.

Y así como tiene externalidades, en el mercado bancario pueden estar presentes todas o casi todas “fallas de mercado” que describen los libros: hay problemas de información imperfecta o de información asimétrica, entre ahorristas y bancos y entre bancos y potenciales tomadores de crédito; hay en algunas dimensiones economías de escala (por ejemplo, en los sistemas de pago) que pueden llevar a situaciones monopólicas que deben combatir el regulador; hay relaciones de largo plazo y multiproducto; puede haber problemas de “principal-agente” entre accionistas y administradores; la lista es larga y no pretendo aburrirlos a estas horas de la mañana.

La observación más general sería: regulados y reguladores tenemos que ser conscientes que este marcado particular está sometido a estas fallas y tenemos que tomar nuestras decisiones compartiendo el mismo criterio, que buscamos un sistema financiero lo más parecido posible a uno de competencia perfecta: transparente; con precios que por fuerzas competitivas y no por regulación terminan reflejando costos; con premio a los que innovan sobre los que tienen un comportamiento rentista; con la adopción de tecnologías que ayudan a combatir esas fallas de mercado y que a su vez invitan a nuevos actores a una saludable competencia con los bancos tradicionales.

En el Banco Central argentino, lo mismo que en los bancos y reguladores del continente, trabajamos cada día para conseguir esa macroeconomía más estable y para construir ese sistema financiero competitivo y transparente. El objetivo final es, por supuesto, una sociedad más próspera y desarrollada; y, sobre todo, una sociedad en la que todos sus miembros estén incluidos en los servicios de la industria financiera. Desde la autoridad monetaria y regulatoria podemos construir ese contexto más estable y aportar las reglas de juego más favorables. Pero ustedes, los bancos, son los verdaderos agentes de muchos de estos cambios. Todo el país y todo el continente necesitan y celebran su involucramiento para llegar a esa sociedad más desarrollada y más justa.

Muchas gracias.

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7 de noviembre de 2016

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